Los dominicanos le dieron un bofetada sin manos al gobierno del PLD y a la reforma fiscal, frente al consulado dominicano en la ciudad de New York |
Nueva York-USA.-El dictamen del FMI en lo que tiene que ver con el excesivo gasto público sin transparencia, pone de relieve la pobreza institucional dentro de la cual tiene lugar la vida del dominicano, en quien por esa razón no se puede confiar para sobre él edificar civilidad democrática y racionalidad colectiva para construir desarrollo. La pobreza institucional es una barrera que impide a la Nación avanzar a estadios más elevados de civilidad y racionalidad.
Es muy larga y pesada la tradición dominicana forjada en la vida primaria y afectiva de la familia y los grupos de amigos, ámbitos socializadores en los cuales se forma una personalidad social emotiva y egocéntrica, cuya racionalidad se expresa en forma “medalaganaria”, incapaz de manejarse dentro de la teoría de la conducta racional colectivamente institucionalizada y canalizada, según las expectativas de las grandes organizaciones modernas. Por eso el hombre dominicano más que hombre-organización, es más hombre-individuación, subjetivo y arbitrario, incapaz de concertar y construir consensos con sus semejantes, o como diría la vieja sicología social, con los “otros (yo) generalizados”.
Esos rasgos se refuerzan, a su vez, por el aprendizaje que se deriva del modelo político tradicional, de corte autoritario, basado en el patrimonialismo de Estado, donde el individualismo, la arbitrariedad y el egocentrismo megalómano y “medalaganario” convergen para edificar un ordenamiento político personalista, no institucionalista, donde el que ejerce la posición de autoridad se concibe como dueño del patrimonio del Estado, el cual reparte a su “conveniencia”, lo que le permite colocarse por encima de toda limitación o restricción normativa o legal y por encima de cualquier otra persona o grupo de personas, a quienes el poderoso le exige obediencia y lealtad personal.
Esos rasgos se refuerzan, a su vez, por el aprendizaje que se deriva del modelo político tradicional, de corte autoritario, basado en el patrimonialismo de Estado, donde el individualismo, la arbitrariedad y el egocentrismo megalómano y “medalaganario” convergen para edificar un ordenamiento político personalista, no institucionalista, donde el que ejerce la posición de autoridad se concibe como dueño del patrimonio del Estado, el cual reparte a su “conveniencia”, lo que le permite colocarse por encima de toda limitación o restricción normativa o legal y por encima de cualquier otra persona o grupo de personas, a quienes el poderoso le exige obediencia y lealtad personal.
Todo parece indicar que el ex presidente Fernández cayó víctima de ese síndrome del personalismo autoritario. Por ello no tuvo el cuidado en la formulación del presupuesto y menos en su ejecución irrespetando el marco legal, de modo que su ejecución desbordó la Ley y la Constitución, además de no observar la debida transparencia que hoy hasta el FMI le reprocha, por haber ilegitimado su ejercicio gubernamental en el marco de una democracia civilizada.
La aplicación “medalaganaria” del presupuesto, atizada por el autoritarismo tradicionalista y la necesidad personal de la continuidad partidaria en el poder, le hizo obviar el cumplimiento de la Ley, y hoy no encuentra forma de convencer de que no violó la Ley y la propia Constitución. Y lo peor, desde el punto de vista moral de su liderazgo, que no puede evitar la obispal sentencia que reza: “Usted ha mentido”. Por eso el ex presidente exhibe cierta intranquilidad, al menos coyuntural, frente a las protestas de los “muchachos” que reclaman, ante el “hoyo fiscal” y la Ley violada, la majestad de la Justicia.
Esa es la exigencia civilista, para resarcir la “pobre institucionalidad democrática”.
Esa es la exigencia civilista, para resarcir la “pobre institucionalidad democrática”.
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